domingo, 7 de marzo de 2010


El 27 de setembre del 2009, 53 dones i homes de Santa Coloma vam anar a Elne a visitar la Maternitat que tants nadons i mares va salvar de la misèria i de la mort.

La Danielle Barbier us ho explicarà millor i, a més, el que digui tindrà el valor afegit de fer una mica de justícia històrica, perquè com sabeu ella és francesa.

Agafeu la cadira i les ulleres que aquí va:

“Esta no era una salida solo para el disfrute, sino para sentir y reflexionar sobre un hecho real i doloroso: los campos de refugiados en Francia de los exiliados republicanos de la guerra civil española.

Pasaron los Pirineos a pie, con lo puesto y lo imprescindible, con frio, hambre, enfermedad, el corazón y el cuerpo totalmente rotos para enfrentarse a otra muralla aún más infranqueable: la indiferencia y el olvido de un gobierno francés que sabia muy bien lo que acababa de suceder en el país vecino y que no hizo absolutamente nada por ellos sino aparcarles en las playas de Argeles y Saint Cyprien o en los barracones de Ribesaltes.

¿Cómo pudo suceder eso? ¿Cómo puede ser tan cruel el hombre con sus semejantes?

Pero en medio de tanto dolor y sufrimientos, como oasis en el desierto, faro en la inmensidad del mar, hubo una luz de esperanza: se llamaba Elizabeth Eidenbenz. Después de una estancia en Valencia siguió a esta diáspora y se paró en Elne. Allí en un antiguo palacete abandonado por sus últimos propietarios tuvo la idea de fundar una maternidad. Con la ayuda de varias asociaciones suizas, de Caritas y la Cruz Roja levantó una fortaleza de amor y de solidaridad. A partir de aquí, hasta Pascua de 1944 ayudó a mujeres españolas y después judias y gitanas perseguidas por los nazis a dar a luz a un total de 547 niñas y niños.”

Una vez las parteras repuestas y los bebés encarrilados tenian que dejar la maternidad para que pudieran ser atendidas otras mujeres y otros bebés. Las españolas regresaban a sus “moradas” las demás tenian que contar con la solidaridad de los habitantes.

Pudimos escuchar, gracias a un video, la voz de Elizabeth. En muy buen castellano narraba con sencillez y convicción los hechos por ella vividos. Sus cabellos blancos, sus ojos azules detrás de las gafas de anciana (tiene ahora 97 años) su rostro arrugado no daban la impresión de vanidad sino de humildad “he hecho lo que debia y punto”

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